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En los días en que toda la literatura es: "Señor, habiéndose derretido la ley de alquileres, prefiera usted, desde hoy, en esta su casa por ésa mi casa, pagarme 80 pesos más, etc.", me dirigí a "Martín Fierro" pidiéndole me aumentaran espacio para los escritos. Con tal mala suerte que se me contestó mandara sólo artículos cercados o sea contenidos por un cerco y que tuvieran la solución cerca, y, además, que ocuparan un solo lugar. De modo que no he podido saber qué gusto tiene un aumento, cuando toda la población lo sabe. La comunicación de los directores no dice si avisarán cuando estén de mejor humor; no usan postdatas que alegren. Si insisto me van a prosperar hacia la calle.
Así que, estimado lector, hoy no publico más que la mitad de lo que se ve aquí.
Toda persona que haya estado en este mundo sin techo y con moral, redondo en esta semana y que no sobra por ningún rumbo, habrá redondeado, en día de soberbia, el pensamiento de haberle tocado sólo a él nacer del lado en que las tortitas tienen azúcar, que es frente mismo adonde sobresale la manija del planeta que "gira alrededor de sí mismo" si pudiera yo girar en torno de mí mismo me repasaría la espalda del sobretodo al retirarme de cada pared; y viendo que este mundo no es como los días jueves que alcanzan para todos, sino corto, de economizar, que se consume por donde lo gastan, disfrutándolo el que llega primero que no son todos tendería su mano afanoso a dicha manivela en procura de dirigir el globo hacia donde él está; si bien esto es algo imposible en mecánica estricta hallándose la persona y el mango en un mismo sistema de coordenadas. Pero las "recomendaciones' son la genuina cuarta dimensión que se busca, y en mecánica laxa, interesándose personas de influjo se le cepillaría la incongruencia a mi proposición. Un sobreviviente de las conferencias de Einstein me garante que esto es todo lo que le entendió; me confesó dicho amigo que él asistía con el plan de entender; de modo que no hay nada que dudar en el asunto; ni se puede discutir cuán enojoso habría sido para Einstein conocerle semejante plan. Sigo aquí porque es donde debe continuar un artículo diferente.
Siendo esto así y lo demás de otro modo, es casi seguro que las continuaciones alargan los artículos y también que todo hombre creyó alguna vez tener en su poder la manija de este quejadero redondo y que no hay en Buenos Aires esquina tan larga que permita esperar en ella todo el tiempo necesario para catalogar cuantos proyectos se le ocurrirían a tal hombre de lo que haría y desharía con el mundo, en que nosotros estábamos tan tranquilos. De mi sé decir suerte que me tengo ahí hoy y aquí; sino no sabría nada de lo que piensa una persona en tal emergenciaque hallándome en esa afortunada prerrogativa imprimiría a dicha manivela impulsión tan brusca y bajo tan exquisito cálculo de direcciones, que saltarían del planeta las 298 morales, las 1.413 religiones, las 921 superioridades de raza y nacionalidad, y los 198 motivos de envanecerse de haber nacido en algún punto (¡qué trabajo me dio formular tantas cifras variadas, sin repetir centenas ni decenas!), cuyas despedidas entidades encontrándose y fundiéndose compusieran un grumo que tapara el agujero de entrada al mundo de la infatuación y la mala voluntad.
Ahora, considerado lector, espérame en esta esquina, que vuelvo enseguida: tan pronto como me haga millonario y haya entendido al tiempo como forro del espacio, según Einstein... Si tardo más de lo imputable a estos motivos, será porque estaré buscando el farol de nuestra ciudad a cuya luz sea fácil comprender por qué razón hemos creado una civilización de privados sexuales, de prohibidos; tardando todavía será que mi solapa está en manos de un partidario de Debussy frente al Odeón, o porque estoy pasando lentamente de la teoría luética a la parasitosis, como nuestro genial clínico, o porque estoy frente a la bobería en mucho bronce de Rodin, procurando adivinar en qué piensan los músculos del "Pensador" (¿es Dempsey o no es Dempsey? Los pensadores son más friolentos; éste se saca la ropa para poder pensar).
En fin, en un país de pastores, con diez generaciones de dieta cárnea, en que se permite comer remedios y se prohibe comer carne, hay mil motivos de entretenerse con tal que uno no se entretenga delante de una vidriera de frigorífico, quizá porque éstas, afiebradas por el tráfico, han dado también en atropellar.
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Macedonio Fernandez - Derechos reservados © (1874-1952) ("Martín Fierro", 1925)
"Aquí - dije. Dejó que la ayudara a levantarse y luego arrancó
la mano, se apartó de mí.
-No me toques. No te acerques. -Aquí - repetí, y
caminé cuesta abajo hacia donde la duna se curvaba con el claro de luna, bajaba
en el viento y ya no era duna sino playa."Theodore Sturgeon, "A Sourcer of Loneliness."
-¿Cómo? -.
-"Aquí"- . Señalando una parte de su cuerpo, una generalidad. Como si ya lo hubiera dicho, tantas veces, con lujo de detalles, no soportando nueva explicación, a ella, que no cabían dudas, ya se lo había comentado.
Pero ella estaba sorda, no podía escuchar, a menos que se le gritara. Se había criado en un mundo de gargantas coléricas, de ruido contagiado, donde el silencio era un castigo, quizá la muerte.
Así andaba, con su sordera histórica y su sonrisa comercial, sin poder discernir lo que los otros decían, sin escuchar ni oír. Y, aunque su aparato auditivo se encontraba en óptimas condiciones, era común no importarle más que el sonar de su voz, su propio alarido seco que en el mejor de los casos hacía callar al aturdido vecino. Ni las señas (no tenía tiempo), ni los códigos temporales (le dolía la cabeza), ni los códices y gestos (enigmas de pupilas) podría interpretar. No sé, si hubiera estado en su voluntad quizá podría entender algo, pero el querer es pariente del deseo, y francamente no tenía tiempo para ello tampoco.
Entonces, al tropezarse con aquel mamotreto, un loco (falta que le hacía), con la difícil vida que llevaba -vivir en la Capital Federal, en el micro centro de la ciudad porteña, no le hacía ninguna gracia- (como cuando vivía en New York o en Madrid, algo de las grandes ciudades atraía su atención, infectándole la fiebre), perdía la paciencia; se derretía.
-"Aquí"- le señalaba el astronauta, una sola palabra.
Justo a ella, tan ocupada siempre en otra cosa. Iba camino al barrio y después al estudio de abogados; claro, su trabajo se relacionaba con gente que hacía trabajo de robots, convirtiéndose así en humanos que hacen trabajos de máquinas con defectos de máquinas, con jornales infra-humanos y con expectativas de relojes suizos. Detrás de esa vida, "el marciano" que le señala "algo", "una cosa", que busca, semidesnudo, un Cristo gastado, cansado, bajado de la cruz. ¿Le dolería algo? Aquí. No es para mí y ...¡zas!, de un santiamén lo borró, y con él toda la vereda. Le funcionaba bien eso de borrar. Escribir le era difícil, pero borrar... Y practicó, porque notó que le era fácil (y eso si que lo notaba). Borrando a Dios y a María Santísima, borraba a los gordos, que le daban náuseas (era tan flaca) y a los viejos (que veía a todos de color verde); y a las viejas (que le recordaban a su madre y a la tía Olga y a su vecina) A los policías y militares, a las veredas derechas (conjuntamente con los carteles que prohibían girar a la izquierda). Borró a los pobres y a los shoppings; a los semáforos y a las putas, a los trajes y a las azafatas. Se borró las tetas (para que calzaran estupendamente las otras), las quemaduras del pecho, borró tantas cosas que un día se descuidó y se borró.
Sin darse cuenta, cuando doblaba camino al banco, se tropezó. Cuál déjà vu maldito estaba él, el Quijote semivivo, para ella; porque no olía mal, pero tampoco a perfume, y su pelo no estaba sucio pero no brillaba como el de la dama. Tenía los labios curtidos por el frío de Buenos Aires, ese frío típico de las grandes capitales. Ese frío de todo el año, de toda el alma en el living de los desprotegidos.
-"Aquí, aquí-", le insistía.
Los ojos se le salían de sus cuencas. pero la tristeza que él derramaba para ella aplacó su mal carácter, su exasperación, su falta de paciencia. De todos modos: dos más dos es cuatro, y punto. Pagaba los impuestos, y con las expensas estaba al día. No tenía créditos ni figuraba en el Veraz. ¿Por qué a ella?... ¡si no le hacía mal a nadie!. Pero no sabía que pronto -muy pronto-, su reloj se iba a descomponer y sería ella la descompuesta, fuera de juego, perdida.
Mientras tanto, su ignorancia la hacía sentir el ser mas poderoso del mundo, y con la arrogancia de los miserables, hundía su pie izquierdo en un capitalismo salvaje, el mismo que le había encastrado sus zapatos rojos lustrosos de moda, manteniendo intacto su taco aguja para perforar cualquier cráneo que se pusiera en su camino.
-Aquí, aquí-.
Muerta de miedo, se pensó sin vida al ver al Manco de Lepanto hablarle en otro idioma. Ya estaba (hábilmente) borrado ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué ese castigo? Todo en un segundo. No hay tiempo en su vida. Todo en un segundo. En el siguiente, una transacción; en el otro, un documento firmado; en el próximo, una cuenta abierta, una trampa, un abismo, una cita, una guerra, un bombeador oxidado, una vía muerta.
-Aquí-. Cuantos adjetivos para una sola palabra. Pronto estaría fuera, afuera de todo el sistema que le proveía seguridad y bienestar, dinero, vivienda y status, poder, control, un nombre, un lugar. Tener y sólo tener, y una dirección. Pronto lo perdería todo, se perdería pero no lo sabía aún, como podría (?)
-Aquí-. Y un trueno le parte la cabeza, y se transforma en una pregunta macabra. No ve, no oye, no piensa, no siente, no desea y no puede tocar. No toca. Y miles de motivos no alcanzan para justificar. Ni su costado inquieto, científico, curioso se esfuerza por desarrollar el sentido básico de todo homo-sapiens. Pero no, no toca. Por el cólera, los microbios, por el SIDA, por la mugre, por la mierda ajena, por las torres gemelas, por los negros, por los coreanos, por los faloperos, por los caretas, por los bolivianos, por los curanderos, por los rojos, por los capitalistas, por la fiebre verde, por cualquier cosa: no toca. ¿Y por qué lo tocaría a el? ¿Por qué?
Si ella no tocaba a nadie, usaba y descartaba, elegía y usaba, señalaba y decapitaba -pero tocar era otra cosa-. Evitaba tanto ser cosa que se había cosificado, intocable, nadie podía comprobar que estuviera viva. Los otros la tocaban, él la tocó dos o 345.700 veces, no sabía. Abrazarse, saludarse, besarse, amarse, pellizcarse, acariciar. Rasguñar, peinar, masajear, manosear, calentar, todas: lluvias de manos. Se lo estaba perdiendo. Cuando la invitó a tocar, sólo había dicho la palabra. No sabía que podía, podía. Sólo dijo "aquí", pero no le dijo: "tocá aquí", no señaló nada; dijo.
Ella, que no entendía nada, se dejó llevar; rompió el engranaje, se despertó, pensó con el corazón, dejó de corazonear con la mente. Y lo tocó, se tocó a través de él. No sabía porqué no sabía tanto que no podía saber todo lo que no sabía. Y supo lo que es no saber por sólo un instante, y él la miró a los ojos -siempre él la miró a los ojos-, pero sólo se sabe esto cuando se devuelve la mirada -y tenía ojos celeste de lunas intensas-. Y ahora, para ella, él era hermoso, una perla encerrada en un candado corroído.
En el cruce de miradas le pasó la vida, la película española, el cortometraje, el documental, el video clip, el comercial, el plano-secuencia, la foto.
Y en aquel fragmento de tiempo pasaron la muzzarella pesada, la mano lustrosa; el horario exacto de partida y de llegada el tiempo fuerte y la cama calentita; la izquierda como derecha, la derecha como el diablo, el diablo como Cristo; Cristo como el Big -Bang, el sol por la mañana, los cuernos y el rojo con rabo en punta de flecha; el almuerzo al mediodía y la cena por la noche, las uñas cortas y la ropa interior limpia. Un Jesús en la cruz y el perro en la cucha, y que me caiga un rayo si no digo la verdad. Y no pensar en la verdad que, seguro, es pura mentira. Me valga Dios no creer en los curas y me cura el diablo si creo en los hijoputas de los politiqueros de turno.
En el marco de la foto: una jaula. La jaula del pájaro humano, de un humano-cosa, de una cosa parecida a ella -ella dominada por la máquina brutal de la especie, de su material, de su esencia y de sus sentidos hechos barrotes-.
Jamás un grito en serio para destapar todas las cañerías de la ciudad. Jamás una palmada de apoyo y cariño a nadie. Jamás un ceño fruncido, pero de placer y éxtasis de sexo hecho infinito. Jamás un delirio, un ocio inoportuno, una pausa en el abismo, aquella dulce equivocación merecida. Entonces un hombro en su mano, un pecho. Un latido de alguien vivo atraviesa su corriente alterna, su viaje de sangre acuosa, su tránsito de vida hasta los pulmones, su néctar. Y la transformación, también, en un segundo sin saber, con sabor y sin subir. No era necesario subir para ser.
Atraviesa mágicamente su mano perfecta, su cutícula sana; uñas afiladas contaminadas de otro, de alguien, de un extraño, de la Humanidad. Ella intocable, impenetrable, irascible, ahora perpleja por la vulnerable casualidad y complicidad de los hechos.
Casualidad es locura y destrozo. Aniquilamiento de llaves y nombres. Quita la mano del hombro y todo retrocede a donde estaba; el aire es pesado, el apuro al abismo de todas las cosas y los días, la muerte en cada esquina y el fastidio como mujer. No entiende la torta, descree. Quita su mirada a los ojos marrones -¿no eran celestes?-. Para ella es otro hombre, no es tan viejo ni desgarbado. Piensa: "¿quién me engaña?, ¿es una trampa?". Pero, no acostumbrada a salirse de los límites (entiéndase bien; no es lo mismo que "los límites"), da vueltas su cabeza y vueltas; gira sin poder, sin parar, poner las cosas en su lugar (cuando los seres vivos trabajan y obran, las cosas de los no-vivos creen que todo lo que está debajo del sol debe de tener su lugar, su etiqueta, su nombre, su número y su fin)
Caen en la cucaracha muerta -la mutante, la que soportó el veneno para salvar a las otras-, por el ala de cristal, la pata de metal y legiones de nuevas vidas de acero, preparadas para la batalla final. Los humanos no son predecibles. Al menos cuando se ejerce su plena clorofila.
-"Aquí"-.
-¿Aquí, adónde?-
Aquí, la miró dulcemente en agradecimiento, para ella, al devolverle la conversación. ¿Estaría volviéndose loca al hablar con un fantasma?
-Le toqué el hombro, ¿le duele?-. Un mar de preguntas.
-Aquí-. Y sonrió, para ella y para el, y para todos.
Miró a todos lados girando su cabeza, con ruido a dolor, enloquecida -sin combustible, buscando testigos de aquella sonrisa radial-; no encontró más que tanques de guerra y escombros de miseria. Los hombres como fósiles agujereados y las máquinas montadas en relojes agotados de tanta pila; algunos atrasantes y otros adelantantes.
- ¿Pero cómo?-.
Aquí. Y los ojos celestes adornaron la vidriera de zapatos.
Ahora ella le devolvía, también, la sonrisa. Tomó su mano huesuda -para ella, su mano-Cristo-imposible, y se la pasó en un acto autodestructivo, por su propio pecho, quizás para comprobar que estaba, que el corazón significaba una metáfora de existencia, y gritarle al mundo con el silencio de aquella síncopa un mensaje con su nombre sin títulos, sin números. Su nombre, su unicidad para y sólo para la colmena.
-Aquí- dijo ella.
-Aquí-, dijo él.
Pero el macabro hombrecillo, disfrazado de tridente con cuero y rabo, era también el cieguito de lentes oscuros con el perro blanco, y el hombre de negro, y ella misma con una lata vacía.
Aquí -quiso decir ella-: era, sentí mi presencia. Gracias, ya entendí, gracias, ahora me voy. Soy feliz, gracias, me voy y te dejo. Quedamos así. Me alegraste el día, me va a durar un año o más, pero ya me voy: vos a tus "aquíes" y yo a mi camita bien hecha, calentita, a ver en el cable la película de las diez, comiendo helado de limón, a mi trópico personal. A mis cuentas pagadas y a mi sillón acolchado, mullido, bien trabajado y ganado, merecido y divorciado. Y en cada presente a hundirme en el despojo de mi conducta, en el obtuso desván de mis días siniestros.
(El espejo la maldice a su paso) Pero gracias, ¿eh?. Nunca pensé… tan macanudo, chau.-Aquí-. Sin embargo, él había querido explicarle otra cosa muy diferente: no alcanza con vos. No sos vos, somos "únicos", pero no "los únicos". No: tu corazón, "nuestro", entonces: el mío, el tuyo, el de él. Pero no es de corazones: es aquí, en tu espacio.
Aquí. Sin letras ni vocablos mezquinos. Hablame; pero sin hablar. Sentime; pero con el alma. ¿Me escuchás?... ¿Me escuchás, ahora? No es tocar. Es estar, o no lo es. Es "te necesito", y por lo tanto "me necesitás", pero sin presiones y sin las letras mentirosas que son barrotes.
Infinito, sin príncipes ni finanzas.
Sin motivo. Te quiero y gracias. Pero sin gracias: GRACIA: regalo; gracias: muchos regalos. El universo nos regala. Sin nada a cambio, porque sí.
"AQUÍ", ¿entendés?
La calle pasaba de su tono gris-azul mortecino a un frugal verde-oro, a un ambarino, bermellones oscuros, escarlatas punzantes, que hacían dificultosa la mirada. Todo cambiaba a gran velocidad. Pero el reloj-máquina no cambiaba, todavía, el segundo.
No, no es lo que pienso. Querés más (se dijo, desanimada). Iba a pensar en los "hombres" (especie) pero sus ojos cambiaron y se acaramelaron para ella y se hicieron nubes, y se aflojó la camisa y la corbata que le exigían en la oficina del infierno, y hasta el corpiño se aflojó, y las hombreras y todos los conectores que estaban rígidos se aflojaron sólo un segundo, o menos.
Los ojos decían cosas; "aquí" era otro significado. Sintió. Sintió que debía cerrar los ojos para ella, y se encontró con un valle de azucenas y de crisantemos, y el cielo se rompió de mariposas; y no podía dejar de cantar y de correr. Y voló por las montañas. Abrió los ojos asustada y vio a un perro endiablado, a su madre, a la portera piojosa, a una promesa sin su madero, a un niño sin manos, a ella sin rostro, a él sin boca, o mejor dicho a una boca atada a una lámpara -y presintiendo la fiebre, volvió a cerrar los ojos-; pero los abrió aún más y volvió a escuchar, a masticar y oler por enésima vez todo lo que él tenía para decirle:
-Aquí- Sin palabras, ¿no?. Como entendiendo algo. Y le hablaba en silencio con la mente, y probó con el alma también.
-Aquí- Es el espíritu universal. Sí, afirmaba su otro.
-Aquí-Sonrisas y carcajadas, amigos, en las almas conectadas en sus ojos verdes ciruela, rojos acacia.
-Claro, claro-. Conversaron por horas para ella; por milisegundos para el sistema.-Aquí, el amor de la especie.
-¿De dónde venimos? Aquí.
-Aquí. Vamos. ¿Nos transformaremos?.
-Aquí-Todo movimiento él, vértigo ella. La desnudez y la túnica: una sola cosa. Izquierdas multicolores; cerebros-corazones; la palma necesaria-innecesaria de tocar para tocar realmente. Y así con todos los sentidos, todos los buenos y los malos, los sanos y los verdes, los caucásicos y los dulces, los finitos y potables.Sin sentidos, sin mirarse, en un solo descolor, para sabor de vida bebida. Un cachetazo a su odio, a su codicia, a su hartazgo y a su "yo".
Y se despabiló. Se enojó despertándose, abriéndose los ojos una y mil veces. Se asustó. La mano de ella enclavando la de él en su pecho. La lanzó cómo una maldición, cómo una trompada pero al revés y se fue para ella, pero se volvió y retrocedió un segundo el reloj a pila.
Cada vez más liviana, ella se acercaba con menos calma y más responsabilidad, con los huesos abiertos acusando a los de él, oscuros como la noche, quizás agraviaría al Mesías-trucho en el que no creía: pero éste le mostró las mano y juró ella estar alucinando cuando no vio lo que para ella debía ver -eran las manos más comunes del mundo, sin poses papales ni orificios bíblicos, ni siquiera chorreantes de fe por fieles imaginarios.
Las tocó.
"Aquí" -se dijo ella, anticipando la prédica del Anticristo-. O del post-Mesías, o sea el Salvador que nadie espera como ella.
Pero ella no necesitaba salvadores ni curanderos. Sólo respuestas sólidas, filosóficas. No alucinógenos baratos, inciensos mentirosos, hojarasca para imbéciles.
Ella era inteligente, gris.
"Aquí", volvió a anticipar, sabiendo que estaba tan desesperada, tan sola en un océano extraño, en el campo enemigo, hundida en el cemento, contagiada por las flores, quemada por el viento.
-Aquí. Somos sólo nosotros dos. Intentó torpemente una frase coherente, para ella, para un lenguaje extranjero.
-Aquí (respondió él). Así de simple y de complejo. El quería que callaran sus silencios. Todas y cada una de las interpretaciones, traducciones y predicciones del único aquí válido. El primero, el fantástico. Cuando ella callara su mente, su cuerpo, su cultura, aprendería a escuchar y a escucharse, a olerse, su fragancia verdadera ensuciada por las artificiales.
Entonces empezaría a entender.
A soñar, a despertar de una realidad -para ella-; irrealidad -para él-, o sub-realidad para los "aquienses".
-Aquí. No es una verdad -entendió ella-, y él le respondió afirmativamente.
"Aquí" es el principio de algo, el resumen de la complejidad, de la existencia y del tiempo vivo.
Una palabra (pensaba él) para un ser humano tan complejo (pensaba ella), debería poder traducir la oscuridad y fragilidad (pensaban los dos) de la razón de la razón: el amor.
Pero decir ese signo, esa piedra, es muy fácil; todos tienen la respuesta equivocada a una pregunta que nunca se hizo. Porque todos tienen, al menos, una respuesta.Respuestas como sinónimos, respuestas como soluciones, soluciones como descompromiso y éste como dejar de existir. Todo aleja, la cultura inclusive, de la esencia máxima de un presente difuso.
No palabras, verbos. Las para-palabras. El significado simple de la verdad.Entonces todo empieza-termina sin tiempo: en una eternidad -para ella- en cuatro signos.
-"Aquí"-
Vio de repente sus ojos verdes maquillados, y el hombre asustado salió corriendo lejos de aquella loca semidesnuda que decía sin parar: "aquí, aquí", raquítica y sola, de ojos celestes
- para él-.
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Marcelo Meza - © derechos reservados 2004
Fotografía: (Nora Cullen) Del film "Nazareno cruz y el lobo"